Redacción General: Javier Baquero – Jaba - Astauros
Viernes, 7 de Enero de 2011.
Manizales – Colombia.
Un cartel que desde que fue anunciado dejo en el aire un halo solemnidad e importancia se consolido ante algo más de media plaza en la ciudad de Manizales. Tres toreros de primera línea, uno de ellos en su regreso luego de 10 años, Juan Mora, un virtuoso del temple, Manuel Jesús - El Cid y el máximo exponente de la torería americana, Luis Bolívar, todos dispuestos a lidiar un encierro de garantía, el de Ernesto Gutiérrez.
Los toros que llegaron a cumplir el compromiso, tal vez un poco distantes de los tradicionales representantes de la casa, varios de ellos con más cara de lo acostumbrado, otros con más peso de acostumbrado, a decir verdad desiguales de presentación, pero todos iguales en la calidad, la potabilidad, bravura y nobleza. Quizás decir que fueron bravos en varias tonalidades, como para poner un pero, si es que hay lugar a ello. Nueve orejas, un indulto y palmas a los demás, pudiendo ser este balance aun mejor, son el resultado de de la ganadería más querida de la región.
El cabeza de cartel, Juan Mora, el toreo extremeño que llevaba 10 años sin pisar el ruedo manizalita y que tiene consigo el recuerdo indeleble del cariño de los pobladores de esta capital. A él le correspondió abril plaza y eso que quienes dicen que hacerlo es complicado, que romper el hielo es difícil, pues él desde ese primer toro nos puso a vibrar. Y como es menester decirlo, o mejor repetirlo “lo bueno si breve dos veces bueno”
En su primero nos dejó en la retina una cátedra de buen torear. Aun toro que no tenía mucho de fondo, le ejecutó pocas verónicas, todas “dictatoriales”, es decir mandonas, con una figura vertical. Con la muleta las cosas fueron más, una faena que fue corta en el número de muletazos, pero extensa en lo magistral y en la profundidad que le imprimió. Lentitud y calidad. Fue tan corta que los aficionados nos sorprendimos cuando una vez cumplida la tarea se perfila sin desperdiciar tiempo monta el acero, acero que utilizó desde el momento mismo en que recibió la muleta. Entró a matar, dejo una espada que no vasto y hubo de reforzar con dos cabellos. Petición del público y una oreja que nunca llegó. Escucho una fuerte ovación desde el tercio.
Con el cuarto ejemplar, Mora pinto en cámara lenta seis verónicas que no hicieron erizar la piel. Con la muleta inició por doblones muy bajos, en los que le mostró el camino al astado. Luego con la muleta armada y su figura vertical tanda tras tanda, fue encrechendo la apertura del frasco de las esencias de la torería. Hizo que el toro persiguiera los engaños en redondos templados y sin tocar en lo más mínimo los costillares. Lo mejor de la pañosa estuvo en el poder la mano izquierda, donde el mando, la lentitud, la cadencia y la profundidad hacían ver las cosas más fáciles de lo que son. Al tomar la espada todos hacíamos fuerza para que el chorro de acero entrara en su totalidad, cosa que no paso, tres cuartos que dieron el adiós al toro de Gutiérrez y sin ninguna duda dos orejas.
El segundo actuante fue Manuel Jesús – El Cid, que desde la primera vez que vino a Colombia para torear en la provincia como cualquiera de los nuestros, ha dejado en el recuerdo dos actuaciones, la primera, buena aunque con algunos altibajos. La segunda manisa en la concepción e importante en la ejecución. Con el segundo de la tarde ejecutó cinco verónicas y una media, muy bonitas. La labor de muleta la inició en el centro del ruedo, temple, suave y bajando la mano. La faena llegó a un punto alto y declinó en dos ocasiones por que EL Cid se embarullo, pero gracias a Dios retomó el rumbo, y recuperó el entusiasmo del público. El toro se tragó un espadazo y fue finiquitado con el verduguillo. Las dos orejas tampoco tuvieron discusión.
Con el quinto toro, El Cid dejó nuevamente constancia de su magisterio, desde el percal la faena tuvo importancia, las verónicas y una media, con su propio estilo arrancaron las ovaciones. El temple y la ligazón fueron primordialmente el plato de meza. Hubo petición de indulto. Una estocada delantera, dos orejas al esportón y la vuelta al ruedo para el burel.
El estandarte nacional lo asumió Luis Bolívar, que se llevó dos toros distintos, en el primero de su lote, el garbanzo negro del encierro, recibió dos fuertes achuchones. Con una larga cambiada quiso abrir su actuación en tono alto, sin embargo, el toro lo prendió de mala manera por el chaleco y le pego un achuchón bastante fuerte, del que se levanto enjundioso y lleno de motivos para querer ganar aun más la pelea. Verónicas con mando y poderío, al tiempo que suavidad. Luego al hacer el quite, posterior a la suerte de varas, recibió otro golpe fuerte. Con la muleta de uno en uno, con inteligencia y sitio, probando los dos pitones e incluso exponiendo demasiado con el izquierdo que ofreció peligro a granel. Finalmente, termino por encontrar el sitio exacto. Mato de estocada trasera y un pelín tendida que fue suficiente para arrancar una oreja.
Cuando salió al ruedo el sexto toro, las cosas ya estaban prácticamente definidas pero el colombiano no estaba en la nomina de la puerta grande y eso era tarea por cumplir y para eso salió al ruedo un gran toro, al que con dos largas y varias verónicas nos dejaron ilusionar desde el inicio. Con el trapo rojo y a buena distancia Bolívar le ejecutó dos pases cambiados por la espalda intercalados con dos de pecho que nos dejaban crecer la ilusión del triunfo. Ilusión que fue subiendo en intensidad en la medida en que el vallecaucano delineaba con el engaño un camino para que el toro de Gutiérrez se mostrara en todo su esplendor. Fueron varias y largas las tandas realizadas. El público dejó salir a sus manos los pañuelos blancos y Bolívar clavó en el ruedo el estoque para realizar naturales con ambas manos aprovechando la totalidad del vuelo del trapo llevando prendida la embestida del burel que era noble, bravo, encastado y fijo, condiciones que le permitieron que la presidencia le perdonara la muerte y para el torero las dos orejas simbólicas.
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