lunes, 17 de enero de 2011

Dos Orejas de Los Bravos Mondoñedos

Por: Javier Baquero – Jaba - Astauros
Bogotá –



Colombia. Como hace ochenta años, en el coso capitalino se lidió una brava corrida de la fundacional Mondoñedo. Tres actuantes nacionales y dos orejas, aunque pudieron ser más.
En primer término hagamos una exaltación a la responsabilidad que tienen los ganaderos al enviar un encierro a una plaza de toros. Para este caso, un honor saber que aunque “muchas” figuras no gustan de ser acarteladas con esta dehesa, las tardes de toros con corridas como la que enviaron los señores Fermín y Gonzalo Sanz de Santamaría, son corridas de verdad, de toros, toros, de raza y emoción. Allá ellos si no quieren torear toros de verdad. Felicitaciones a la empresa y a los veedores también. Fueron cinco de seis, lo que significa un éxito para la ganadería.
La terna conformada por tres actuantes nacionales, de tres épocas distintas de doctorado, mostraron cada uno lo suyo.
El cabeza de cartel, Pepe Manrique, que vistió de verde esmeralda, oro y cabos blancos, nos dejó ver en sus dos actuaciones los veinte años de alternativa que le acompañan. En el primero, frente a un toro que de salida se quedo corto en la embestida, cuyo mejor pitón fue el derecho, ejecuto una faena entonada, con ligazón y tandas muy importantes. Con el pitón izquierdo lució enganchado y retomo con la diestra, donde nuevamente subió la nota de la faena. Desafortunadamente, los toros que no hay que pinchar se convierten en hueso y eso le pasó al bogotano Manrique, el tiempo no se detuvo y se escucho un aviso.
Con el que hizo cuarto lugar Pepe se encontró con otro parado de salida. Un manso con calidad y embestidas largas, que se entero poco a poco y al que Manrique le encontró el sitio. El toro cuando se entero se rebosaba hasta el final de los muletazos, lo que hizo que tuviera emoción, repetición y armonía la faena. Los dos pitones sirvieron, quizás menos el izquierdo pero por ambos le ejecutó buenas tandas, lo entendió y lo aprovecho al máximo. La fijeza del burel también sirvió. Mató de estocada completa y utilizó también el verduguillo en una oportunidad. Oreja para el torero y palmas para el Mondoñedo.
Ramsés Ruiz, segundo en antigüedad de la terna nacional, lució un terno frambuesa, oro y cabos blancos. El también bogotano se presento en su único contrato para la temporada grande y con su primero mostró muy poco con el capote. Con la muleta hubo muletazos templados a un toro fijo y noble, pero flojo. Los muletazos tuvieron varias calificaciones, una de ellas, largos y profundos, otra, cortos y la tercera medios muletazos. Lo que hizo que la faena no tuviese la fuerza que podía haber alcanzado. Estocada y dos descabellos fueron necesarios para que al final el toro fuera aplaudido en el arrastre mientras que Ramsés pasó al callejón en silencio.
En el quinto bajo un aguacero capitalino, las verónicas fueron el saludo para el burel. Ya con la pañosa Ramsés quiso insistir en ejecutar un cambiado por la espalda y citar de lejos a un toro que en ese momento no perseguía de lejos, redujo distancias, ejecutó el cambiado y se ejecutó una faena que tuvo emoción por las embestidas fieras del toro y por lo boyante del paso al cite. Hubo altibajos frente al toro. Mató de estocada desprendida y una oreja le fue concedida. Palmas para el toro.
El tercer espada fue el matador Juan Solanilla, de tan solo un año de alternativa. Él estreno traje, un azul turquesa, oro y cabos blancos. La verdad sea dicha el lote menos potable le correspondió al bogotano, pero también sea de paso dicho que se le vio falto de oficio, o quizás viche para los mondoñedos. Con el que abrió su actuación verónicas sin mucho fondo. Con la muleta por bajo llevó a su toro al centro del ruedo y de uno en uno le pego pases. La muleta muchas veces se quedó retrasada y fabrico medios muletazos. Probó el pitón izquierdo y por ese lado las cosas no salieron.  La verdad no hubo trasmisión y Solanilla no se acoplo. El toro termino por aburrirse y buscar el camino a las tablas. Con la espada un pinchazo y un bajonazo. Pitos para el toro.
Con el que cerró el festejo, no hubo nada que hacer. Un toro descompuesto, incierto, parado por momentos, por momentos con arreones. El acero no fue menos culpable del mal momento y se hizo eterno, al punto de escuchar dos avisos y dejar con la trompeta al músico cuando se preparaba para el tercero, pues doblo el toro con el no sé qué número de intento con el descabello.

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